lunes, marzo 30

Extraña rosa



La casa había estado cerrada por muchos años. Estaba llena de muebles de todo tipo, oscura, con sus ventanas tapiadas, y...debo decirlo, muy sucia. Cortinas cubiertas de polvo, basura en los rincones, pero algunos trastos de la cocina parecían no haber sido tocados. Como si su vieja dueña los hubiera estado usando antes de salir.


En realidad, no había salido. La única sobrina que la visitaba cada tanto, la encontró muerta en el piso del baño, junto a una escalera en la que se había trepado para colgar una cortina...una más de las muchas que vestían, malamente, el lugar.


Desde entonces, según me contaron los vecinos, nadie volvió a entrar.


Reconozco que me sentí abrumada con lo que veía. Compramos la casa en sucesión y cuando el abogado nos llevó a verla, pusimos más atención en ver el estado de las paredes , la humedad o el deterioro y sus posibilidades de arreglo, que en los bártulos que allí se amontonaban.


Cuando al fin concretamos la compra y nos dieron la llave, fue cuando caí en la realidad.


Había tantos muebles por todos lados...que apenas se podía caminar. La sobrina se había llevado algunas cosas que supongo serían más valiosas a sus ojos y lo demás quedó como estaba. Solo entraba un rayo de luz por la única ventana de la cocina que no estaba cubierta. Ya era tarde y decidí volver al otro día, ya que no había servicio eléctrico en la casa.


Al día siguiente, y después de arrancar cortinas y sacar maderas y muebles que tapaban las ventanas, limpié una silla y me senté desalentada. No sabía por donde empezar.


Supuse que lo primero era ir tirando todo lo que se pudiera mover, la basura, por supuesto e investigar que había y como sacarlo del medio.


Mi cabeza se llenó de supuestas historias de cada cosa. No conocía a la anciana, ni siquiera a su sobrina, por que esta había fallecido un año antes. Lo poco que sabían los vecinos era que vivía sola, que tenía 82 años y que no salía de su casa, pero tenía su puerta abierta, se sentaba detrás de ella y saludaba a los vecinos que pasaban. A veces les pedía que le compraran algo, pan o leche, por lo general. Era viuda y no tenía más parientes que la mencionada sobrina.


Comencé a sentir afecto por esa pobre mujer que pasaba su vejez en tan triste soledad. Sobre una repisa, encontré una foto de dos ancianos que supuse eran ella y su marido, pensé en ponerles una flor como homenaje a su memoria y antes de ir a comprarla, busqué por todos lados algún florero.


Al llegar a la habitación que supuse era la de ellos, por los muebles y pertenencias en el ropero, y mirar alrededor, me quedé paralizada. Sobre la mesa de luz de la derecha en un vaso alto, había una rosa roja. Hermosa y como recién cortada.


No me animaba a tocarla. Cuando reaccioné y me acerqué....no quedaron dudas. La rosa y el agua del vaso...estaban en perfecto estado. Nadie había entrado, salvo yo, en 8 años.


Hasta hoy, no resolví este misterio. Pero la rosa, aún cuando la toqué, no se deshizo y duró, a pesar de la luz y el aire...una semana más.


viernes, marzo 27

CISNE NEGRO


Cuando era joven, había leído que individuos que no tenían una enzima llamada tirosinasa, no producían melamina y aún siendo de raza negra...eran blancos. Le daba vergüenza recordarlo ahora. Estaba orgullosa de ser como era, de su raza que había llegado de África y que como su padre le decía en broma..".no tenemos que torturarnos al sol para estar tostados". Siempre fue estudiosa e inteligente y cuando le ofrecieron un trabajo en Noruega, en un pueblo llamado As, que no exigía hablar el idioma, era creativo y muy bien pago, decidió presentarse de inmediato. No tenía ya familia y un viaje a tan lejano lugar con nombre tan auspicioso, le pareció un regalo de Dios. No pensó en ningún momento en como sería vivir rodeada de extraños. Oyendo otro idioma, muy difícil, si, ni como haría para arreglarse.

La aventura le resultó bien y pronto se encontró trabajando en una hermosa oficina e instalada en una casita de ensueño con todas las comodidades. En pocos días notó que era la única persona de raza negra en todos los alrededores.

No podía decir que alguien la mirara mal o extrañada. Muy por el contrario, la trataban con cortesía y hasta con cariño. Pero nadie la invitaba a pasear, a su casa o a compartir una mesa en un café.

Llegó a sentirse muy sola. Se dedicó con afán a su trabajo, que le agradaba mucho, y se fue acostumbrando a esa tranquilidad del pueblo a los silencios y alegrías de sus compañeros, al idioma...y se quedó en su lugar.

Cada día esperaba algo...aunque no sabía que. Notaba que estaba sola, que no pasaba de charlas informales o de trabajo con sus conocidos y que a su vida le faltaba algo.

Llegó a pensar que ella era la racista, que construía murallas a su alrededor. Pero reconoció que todo era recíproco. Los rubios amigos tampoco buscaban más
familiaridad.

Un día decidió pasear por los alrededores. Tomó su auto y atravesó el pueblo. Cada vez que podía tomaba una ruta distinta, aunque no se atrevía a ir muy lejos.

Un buen día en una estación de servicio se encontró cara a cara y ante el asombro de ambos, con otra persona de su raza. Se echaron a reír al unísono. Hablaron de ser los lunares de ese lugar, la mancha de tinta en el blanco mantel. Se dieron los teléfonos y quedaron en encontrarse.

Ella esperaba que fuera cierto, que todo cambiara. Sus ojos habían descansado sobre el color del otro, sus risas sonaron en el mismo acorde, la vida había cambiado en un segundo. Después de todo no era cuestión de color, de raza...pero entonces...que era?...Sin pensarlo más, estaba agradecida de haber encontrado un referente, un...igual, nada más...después ya se vería.