miércoles, abril 22

LAS VOCES


Había aprendido a no escuchar. No era por capricho, por egoísmo o por necedad. Lo había aprendido en su niñez. Sus padres eran como dos parlantes que todo el tiempo transmitían órdenes, sentencias y anuncios de castigo.

Cuando por fin se fue de su casa, fue para casarse. Resultó peor. Su marido, supo después, era un mal tratador de palabra. Esos que sólo abren la boca para denigrar o insultar a sus mujeres. No le pegaba...pero eran peores sus tratos orales.

No podía separarse, su crianza y sus convicciones no se lo permitían. De modo que aprendió a cerrar sus oídos. Una espesa cortina a modo de sordina, hacía que las palabras llegaran como sonidos. Molestos, claro. Pero más fáciles de digerir.

Abría sus oídos solo para la música, la poesía, los bellos sonidos de la naturaleza. Los volvía a cerrar en cuánto salía a la calle. También ahí prefería los ruidos a las palabras.

Se sentaba en una plaza, leía, miraba a la gente pasar, como en una película muda, saludaba si veía que la saludaban. Siempre sin oír ni hablar.

No se animaba a ir a lugares cerrados. Temía que no le funcionara su sistema y sin querer, le llegara alguna voz.

Un día, un aroma de café recién hecho le torció la voluntad. Casi sin darse cuenta, entró a la vieja confitería que al entreabrir su puerta la había tentado. Era muy agradable y se sentó rodeada de murmullos, que le llegaban, como era su hábito, como sonidos, pero esta vez le agradaban.

Pidió, con la clásica seña de pulgar e índice, un café y se relajó en su cómoda silla.

De pronto, quizá por descuido, le llegaron algunas palabras. Pero esta vez, no quiso borrarlas. Como hechizada, seguía la conversación. Una señora se refería a uno de sus acompañantes como Jorge y cuando oyó la voz del otro señor diciéndole a la señora Alfonsina...sus rodillas temblaron. Era la voz de Gardel!!

Dejó sobre la mesa el dinero para pagar su café y se levantó aturdida.

Vio a sus espaldas al trio que había escuchado...Su susto creció...no se había equivocado. Salió apresurada y se prometió no volver a entrar a un café.

Nunca supo que había entrado al Tortoni...el legendario café de Buenos Aires. Allí hay una mesa con tres figuras de cera compartiendo una charla. Son Alfonsina Storni, la poetiza, Jorge Luis Borges nuestro amado escritor y el gran Carlos Gardel.