lunes, enero 12

La cabellera del Rio de la Plata


Como otros tantos en el verano de Buenos Aires, decidió ir hasta la costanera norte a mirar el río.No se podía hacer otra cosa que mirarlo. Desde hace muchos años los porteños estamos condenados a eso. Ya no hay playas, que fueron contaminadas, no hay más que acodarse en las piedras...y soñar con navegar por el.

Para Juan era automático mirar al agua y sentir el perfume de la cabellera de su amor eterno. Tal vez por el color leonado de las olas que se parecía al color de su cabello. Ese amor, que aunque intentó olvidar o al menos suavizar con otros amores, no logró borrar.

Entonces el recuerdo de su carita alegre, le entristecía el día. Trataba de observar a los pescadores, que a pesar de todo, insistían en llevarse alguna pesca , pero su mente volvía a reprocharle la pérdida.

Es que no podía entender como había perdido a una mujer así. Tan especial.

En un principio odió al que supo entenderla y se la llevó. Pero después comprendió que no la había perdido. Su estúpida ceguera fue demasiado.

Ahora era tarde ...y volvió a mirar el río, a suspirar, como siempre.

Mirando a su alrededor vio infinidad de parejas y familias compartiendo ese espejo triste, que los porteños queremos tanto y está practicamente oculto por emparedamientos varios. Volvió a un atardecer en el que vio a muchas personas sentadas en las ruinas de un local demolido, mirando al río en completo silencio. Esa imagen le quedó grabada. Tenemos nostalgia de río-madre, pensó.

Dio una vuelta por los alrededores y a medida que pasaban los minutos su corazón empezó a calmarse. Una casi resignación le iba llegando de a poco. Ya era suficiente. Ya debía cicatrizar esa herida. Mirar hacia adelante. Sería duro pero no imposible si lo resolvía con firmeza.

Aspiró esa mezcla de olores donde el viento se juntaba con los aromas de las parrillas de el lugar. Un padre tratando de arreglar una cometa, una señora sirviendo bebidas a su familia, niños jugando a correr libremente, casi volando como los pájaros. Eran personas comunes, la mayoría tendría problemas de todo tipo. Pero ahí estaban tratando de gozar la naturaleza.

Se sentó en la sombra, se sacó la campera y entrecerrando los ojos se dispuso a hacer lo mismo. Después de todo...la vida continúa...y es hermosa en un día de sol.

martes, enero 6

Paseo en la mañana


Me voy a caminar. Es una mañana espléndida, muy bella, muy tranquila y con agradable temperatura. Cosa rara en Buenos Aires en verano. Es decir, lo de la temperatura. Por que en cuanto empiezan los calores...los porteños salen volando como sea, hacia las playas, montañas, nieve...o donde se pueda!

Los que nos quedamos por causas ajenas a nuestra voluntad, tenemos entonces más lugar para movernos, y en general es hacia donde estemos más frescos....piletas o lugares similares.

Pero yo he decidido hacer mía la ciudad. Caminar sin rumbo por estas calles que la gente transita durante todo el año, apurada, con cara de pocos amigos, tropezando y chocando contra el que se nos ponga por delante.

Como estoy en este plan de paseo me dedicaré a observar, a encontrar esquinas, edificios, cúpulas.callecitas cortadas. Esas maravillas que nos rodean en esta vida y que por apuro y locura de nuestro trajín diario, no vemos o no queremos ver. Primer paso..llegar a Av. de Mayo. Es mi preferida. LLevo mi cámara, trataré de fotografiar mi calle como turista. La primer sorpresa: Todo es más lindo que nunca.
Veo una planta que ha crecido de entre los ladrillos de una vieja construcción y se estira hacia la calle como queriendo acariciar a la gente que pasa.
De pronto pienso que lo que nos rodea, es parte de nosotros. Somos nosotros mismos. Esa plantita es un ser vivo que busca que lo vean, lo noten, lo quieran.
Levanto los ojos para ver y fotografiar a mis queridas y antiguas cúpulas. Cuantas historias albergarán esos techos abovedados?. Cuanta felicidad, cuanta tristeza?
Me parece ver un guiño en una de sus ventanas. Será que de tanto mirarlas ya me conocen?
Oigo algo parecido a un cascabel, es un niño que juega con su perro. Su risa me vuelve a la realidad. Pero el también mira hacia arriba y señala con su dedito.
Habrá visto algo que yo no veo. Deseo ser niña otra vez. Dicen que los niños ven cosas que los grandes no vemos. Por más que me esfuerce, no descubro nada. Para algo existe la imaginación. Me parece que el niño vio el guiño de la ventana.
Un gato corre entre mis pies. Por un momento me asusto, luego, sonrío aliviada.
En un balcón canta un pájaro, luego otro. Es hermoso su canto y decido escucharlos.
Sigo mi paseo. A mi lado pasa la gente en cámara rápida. Parece un sueño. Sonrío. Es muy bello. Me propongo volver a hacerlo. La vida vale la pena en estas circunstancias. Es casi perfecta. Casi.....si logramos por un instante no mirar demasiado lo que nos duele a nuestro alrededor.